La
tenista Caroline Wozniacki ha sido acusada
de racista por imitar durante un partido de exhibición a Serena. Para su actuación se colocó una toalla en el pecho y otra
en el trasero para asemejar las bellas voluptuosidades que luce con gracia y encanto la pequeña de las Williams.
Estamos
llegando a unos extremos peligrosos. Vivimos en una época en la que se ha
llegado a plantear la suspensión de un partido de fútbol por la pronunciación
de un insulto racista. Sin embargo, se muestran impasibles si por el contrario
gritan asesino, maricón, cornudo, hijo de puta u otras lindezas del mismo
o parecido calibre. ¡Qué decir del pobre árbitro, que lleva siendo asediado
casi un siglo! Todos estos insultos cayeron y caerán en saco roto. Como diría
el gran Mou, ¿por qué? ¿Por qué
parece más grave insultar una raza que insultar a una madre? De igual manera sucede
al equiparar al hombre y a la mujer. Algo muy loable, siempre que se sigan las
sendas correctas. Lo que no es admisible es que la medida sea tan discriminatoria
para el sector como la propia desigualdad. El ejemplo más claro es esa
soplapollez conocida como paridad.
(Paridad, dícese de aquella situación en la
que, independientemente de tus cualidades o aptitudes, seas escogida para un
puesto o cargo únicamente por el hecho de ser mujer, con el fin de equiparar el
número de sujetos de distinto sexo.)
Si
en su afán de parodiar, esta pobre tenista quisiera emular a, por poner un
ejemplo, Kim Kardashian, no creen que
usaría también toallas para simular sus curvas. En ese caso nadie con dos dedos
de frente tacharía a esta pobre muchacha de racista, o de pertenecer a una
secta de pro-planas o de anti-curvas. Como tampoco creo que
ponerse una barriga para imitar a un gordo o colocarse un gorro de baño color
carne para simular una calvicie hiera la sensibilidad de alguno de los dos
tipos.
No
nos damos cuenta que al aumentar el valor de la ofensa estamos creando la
desigualdad que criticamos. No se debe tener la sensibilidad a flor de piel
solo por el hecho de hacer una inocente broma a un negro, un discapacitado o a
una mujer. En estos casos la fobia o la discriminación surgen en los ojos del
que mira.
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