El otro día Anna Simón sufrió un contratiempo en El Hormiguero del que, inexplicablemente, se hicieron eco numerosos periódicos. Lo resumiré brevemente. Camisa dos tallas menor, tetamen revoltoso y juguetón, movimiento rápido y desacompasado y canalillo a la intemperie. No me confundo al decir canalillo pues eso fue lo único que se divisó, nada más.
El día de autos, como de costumbre, vi el programa y presencié la escena. No le di la mayor importancia. Ahí vino mi sorpresa cuando, a la semana siguiente, comentan la difusión que se le dio al hecho. Anonadado y perplejo me siento, si en la época de la información, la informática e Internet un simple atisbo de entreteto, lo que bien pudiera ser un escote sobresaliente, provoca tal boom y curiosidad entre la muchedumbre, no quisiera imaginarme que hubiera ocurrido si llega a enseñar algo más.
Lo entendería si estuviéramos en la nochevieja del 87 y casualmente y de forma accidentada a Sabrina Salerno se le escapara uno de esos cántaros que tenía por senos y a mí y a toda una generación dejara marcados de por vida.
No me gustaría hacer comparaciones entre los dos fulgurantes despertares anatómicos pero puestos a ello diría que mientras lo de Sabrina me pareció uno de los diez mejores descubrimientos del siglo XX, lo de Anna no da ni para un anuncio del osito Mimosín en horario infantil.
Creo que en ambos casos el incidente fue bienintencionado, no por culpa de las muchachas si no por arte y gracia de sus sugerentes domingas. Siempre he creído, como bien nos enseño don Ramón Gómez de la Serna en su libro, que los senos tienen vida propia.
Los pechos son seres divertidos y traviesos. Se comportan como pequeños niños que necesitan captar la atención de sus padres. Desean y ansían ser contemplados y admirados por cualquier persona cercana a ellos. Y cuando se sienten aprisionados, tapados, sienten la obligación de escapar y mostrarse al mundo. Gentes maliciosas y perversas idearon ropajes que los sujetaban y a la vez los dejaban mansos para que no se desbocaran. Con los años los pechos se hicieron más inteligentes, fueron aprendiendo y comprobaron que cuando la talla de sus carceleros no era la adecuada podían volver con sus fechorías. Tanto Sabrina como Anna Simón fueron víctimas suyas. Cometieron el pecado imperdonable de subestimarlos y ocurrió lo inevitable. En un caso, el percance fue mayor y más ilustrativo y en el otro, fue algo más inocente, dimensionado por el boca a oreja, en el que se llegó a decir incluso que Anna se había desnudado.
Por eso mujeres del mundo, quered y amad a vuestras pechugas como si fueran hijos vuestros pero nunca las infravaloréis y las deis de lado porque ya sabéis como se las gastan. Y si algún día por casualidades de la vida tenéis algún accidente con alguno de ellas yo os aconsejo que sigáis este lema: A lo hecho, pecho.


No hay comentarios:
Publicar un comentario