Nos colaron, como cada año, el famoso desfile de Victoria’s Secret y
pude ver a sus ángeles, sus alas y poco más, la verdad. El acto trata de un
grupo de señoronas que caminan por una pasarela y con la excusa de
publicitar una marca de lencería intentan poner contento al personal. Quiero
recordar, o puede que sea producto de mi imaginación, que hace años estas
modelos eran unas muchachas de pata negra que se habían criado a base de buenas
matanzas, con buen jamón de Guijuelo, la genética y algo de deporte, que nunca
viene mal. Vamos, lo que vulgarmente se viene conociendo como una tía jamona.
Pero cual es mi sorpresa que al verlas siento que en vez de alimentarse con
buen embutido las deben haber dado jamon de york bajo en calorías o,
peor aún, unas verduritas al vapor, ¡horror! Sentí que me poseía mi yo
cantante y empecé a destrozar esa canción que tan bien sonaba en boca de Rocío
Jurado, Lo siento mi amor y
recité/canté/desentoné cambiando sobre la marcha parte de su letra: “(…) me
cansé de fingir y pretendo acabar de una vez para siempre esta farsa (…) Hace
tiempo que no siento nada al ver tu desfile (…)”
No se me malentienda y se piense que estoy criticando la belleza de
estos ángeles. Nada más lejos de la realidad. Todas ellas son las modelos top
del momento y no lo niego. Pero no por eso voy a dejar de creer que con unos
buenos torreznos (o jamón ibérico, a lo mejor con los torreznos me he pasado)
estarían mucho mejor y sus abuelas mucho
más tranquilas.
Puede que esté un poco condicionado porque hace unos meses vi en un
programa, no recuerdo bien cual, lo que hacían estas pobres chicas un mes antes
del famoso desfile. Horas y horas de deporte, dietas inhumanas. Pocos días
antes del evento sólo tomaban batidos de proteínas y las 24 horas antes sólo
podían tomar líquidos.
Si las modelos más famosas y, según los cánones de belleza, las más
guapas necesitan de todo este trabajo para engañar al espectador por un simple desfile de ropa, que
con mi aprobación no cuenten.
Que no cunda la alarma y nadie se desgarre las vestiduras porque desde
aquí me comprometo a perdonar a los señores de Victoria’s Secret si rectifican
y en vez de ese mes de trabajos forzados permiten a las chicas días de ocio, relajo
y buena comida y nos vuelven a mostrar
unos buenos perniles cincelados a base de genética y algo de deporte. Así
cuando salga la última modelo con su lencería tasada en dos millones de euros,
pensaré, como hacía antaño, que la mitad del precio lo pone la muchacha.
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