Cuento Zen


A menudo me busco, intento desenmascararme, saber quién soy. Me defino a través de mis actos, de mis principios, valoro la visión que los demás tienen de mí, me aferro a creencias morales y éticas adquiridas durante años. De nada me sirve. El final de este camino es invariablemente un conflicto interno entre lo que creo ser y lo que en realidad soy. Jorge Bucay lo reflejó de maravilla en este poema:
Yo no soy quien quisiera ser.
No soy el que debería ser.
No soy el que mi mamá quería que fuese.
Ni siquiera soy el que fui.
Yo soy quien soy.

Esta eterna disyuntiva de mi ser, esta búsqueda sin fin, este indagar sin encontrar me sume en un mar de dudas. Ese momento de abatimiento e incertidumbre lo intento paliar devorando infinidad de libros a la espera de que alguno de ellos me ilumine y me indique el camino a seguir.
En una de estas zambullidas encontré un cuento zen que me abrió un poco los ojos. Espero que también os resulte de ayuda o por lo menos os haga pasar un rato agradable:

“Le preguntaron un día a Junaid, un conocido místico sufí, que cómo era capaz de reconocer a un auténtico Maestro zen. Él había convivido con todos los grandes Maestros de la época y era capaz de reconocer al instante cuando uno era falso y cuando auténtico. Junaid contestó lo siguiente:
-       Cuando me acerco a uno de los reconocidos como Maestro me comporto muy humildemente, me postro antes sus pies en señal de modestia. Si observando mi modestia él actúa de forma arrogante, me alejo de él lo más rápido posible. Si por el contrario el reconocido como Maestro en vez de arrogantemente se comporta de forma humilde y cuando yo intento postrarme ante sus pies, él hace lo mismo, también entonces me alejo raudo y veloz.
Los que escuchaban a Junaid quedaron perplejos y le volvieron a interrogar:
-       Pero entonces, ¿cómo decides quién es tu verdadero Maestro? ¿cómo debe reaccionar para que lo consideres como tal?
Junaid les dijo:
-       No tiene que reaccionar en absoluto, tanto si me comporto humildemente como si no, él debe seguir siendo él mismo. Me quedo con el que no reacciona, con el que ha conseguido el equilibrio, al que no le importa lo que haga o lo que deje de hacer. Nada puede perturbarle. Ese es un verdadero Maestro espiritual.”

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